viernes, 26 de marzo de 2010

Para situar a Alberto Flores Galindo. Vida, historia y socialismo

Hace 20 años que el historiador Alberto Flores Galindo
partió de este mundo. Nos dejo sin embargo un importante legado en sus obras: imaginar un Perú “otro” articulado a partir de un socialismo pensado desde las clases populares política y socialmente organizadas. Ensayando una definición de socialismo en la obra de José Carlos Mariátegui nos decía: “El socialismo no significaba la solución de todos los problemas ni la anulación de los conflictos. El socialismo era una meta que permitía cohesionar a la gente, otorgarse una identidad, construir una multitud y dar un derrotero por el que valía la pena vivir. Era una moral. Era ante todo una práctica.” (En La Agonía de Mariátegui, Obras completas, tomo II, p. 558) Esto lo decía en 1980, donde Sendero Luminoso había comenzado su “guerra popular” enarbolando también la herencia de Mariátegui. No es pues difícil adivinar que se trataba de posiciones encontradas y enfrentadas. De un lado, la conquista del poder por las armas y la guerra y, del otro, la paciente construcción de nuevas relaciones sociales. Treinta años después, podríamos decir que Sendero Luminoso combatió con las mismas armas de la matriz autoritaria que pretendía erradicar. Autoritarismo versus autoritarismo. Aunque este es un proceso aun no debidamente estudiado, podríamos decir que el camino recorrido de esto que se denomina post-conflicto continúa signado por los autoritarismos. Mas que vivir en una "frágil democracia", vivimos frágilmente, no hay proyectos que movilicen ni utopías por las cuales vivir.

Con todo, una cosa es cierta, la tesis de la “tradición autoritaria” del historiador Flores Galindo (en Flores Galindo, Alberto, La tradición autoritaria: Violencia y democracia en el Perú, SUR. Casa de Estudios del Socialismo-APRODEH, Lima, 1999) se ve corroborada. Es decir que el péndulo – al cual hace alusión - que se balanceaba entre democracia y autoritarismo en el siglo XX no era realmente uno. Las fronteras entre democracia y autoritarismo, en el Perú, son pues porosas. Y es por esa razón que se debe replantear la cuestión de la democracia en el país. Sobre todo en momentos de crisis, arremetidas y estocadas por parte de los sectores más conservadores, hoy defendidos de manera decisiva por García. Pero no sigo, mejor dejo al propio Flores Galindo lanzar su propuesta que, dicho sea de paso, es de una extraordinaria actualidad:

“Hay
que repensar la democracia en el Perú. A su vez, la democracia exige repensar a la sociedad y a cualquier proyecto alternativo en su conjunto. Sólo en la concepción liberal más ortodoxa, democracia es sinónimo de votos y elecciones y sólo en ella, la acepción del término queda confinada a la escena oficial y al mundo de los aparatos estatales. Macpherson ha recordado cómo para algunos teóricos de la democracia –por ejemplo el ginebrino Rousseau- ésta no podía existir sin igualdad social y, entre las formas posibles de regímenes democráticos, ha incluido al modelo que entiende a la democracia como “participación”: en el taller, la fábrica y, desde luego, a escala de toda la sociedad. Moses Finley –un pacífico profesor de Historia Griega-, señaló en unas conferencias dictadas en 1972, que la más penetrante definición de democracia probablemente sería una de las más antiguas, formulada por Aristóteles en la Política:
“Parece mostrar la argumentación que el número de los gobernantes, sea reducido como en una oligarquía o amplio como en una democracia, constituye un accidente debido al hecho de que doquiera los ricos son pocos y los pobres muchos. Por esta razón (…) la diferencia real entre democracia y oligarquía es pobreza y riqueza. Siempre que los hombres gobiernen en virtud de su riqueza, sean muchos o pocos, estaremos ante una oligarquía; y cuando los pobres gobiernan, estaremos ante una democracia.”

En un país de extrema miseria es una cita subversiva. Democratizar el Perú significaría construir otro tipo de relaciones sociales y otra forma de organizar el poder. La democracia exige la revolución social. Esto es así no sólo porque existe pobreza y miseria, sino sobre todo porque cada vez se admite menos la desigualdad. Las crisis, como la que estamos padeciendo, no son únicamente ocasiones para el desaliento; también permiten ampliar las perspectivas y buscar nuevos caminos.”