martes, 14 de agosto de 2012

El espectáculo de la civilización

Por Nelson Manrique, historiador. (Visto en LA REPUBLICA)


El reciente libro de Mario Vargas Llosa La civilización del espectáculo (Alfaguara 2012) viene provocando, como era de esperar, una amplia polémica.

Vargas Llosa abre su ensayo con una constatación provocadora. Posiblemente nunca en la historia se ha escrito tanto como ahora sobre la cultura, precisamente cuando ésta, “en el sentido que tradicionalmente se ha dado este vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer. Y acaso haya desaparecido ya, discretamente vaciada de su contenido y éste reemplazado por otro, que desnaturaliza el que tuvo” (9). Ese nuevo contenido que ha asesinado a la cultura, o está en trámite de hacerlo, es la civilización del espectáculo.
“¿Qué quiere decir civilización del espectáculo? La de un mundo donde el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal” (23). La muerte de la cultura y su reemplazo por el espectáculo y el simulacro constituye para Vargas Llosa la razón última de todas las desgracias que aquejan al mundo, desde la crisis ética y económica hasta degradación de lo que otrora fueron grandes quehaceres humanos como las letras, el arte, la política, la religión, el sexo, etc.
Para Vargas Llosa el triunfo de la civilización del espectáculo fue una consecuencia de la prosperidad vivida luego de la Segunda Guerra Mundial, que permitió el crecimiento de la clase media, el bienestar, la libertad de costumbres y un espacio siempre creciente para el entretenimiento. El otro factor -el más importante para su argumentación- fue la democratización de la cultura: “Se trata de un fenómeno que nació de una voluntad altruista… (pero que) ha tenido el indeseado efecto de trivializar y erosionar la vida cultural… la cantidad a expensas de la calidad” (26).
La democratización de la cultura, afirma, provocó “la desaparición de la alta cultura, obligatoriamente minoritaria por la complejidad y a veces hermetismo en sus claves y códigos, y la masificación de la idea misma de cultura” (24). Provocó luego la desaparición de la crítica y su reemplazo por la publicidad, “convirtiéndose ésta en nuestros días no sólo en parte constitutiva de la vida cultural sino en su vector determinante” (26). A ella se añadió la masificación, que fue acompañada por “la extensión del consumo de drogas a todos los niveles de la pirámide social” (28), el laicismo, la banalización de la política, el eclipse de los intelectuales, el empobrecimiento de las ideas como fuerza motora de la vida cultural, el reemplazo de la información por el entretenimiento, la frivolización como norma, la degradación del sexo, etc.
¿Qué entiende Vargas Llosa por cultura? En primer lugar, se trata de un bien preciado creado por Occidente, y más específicamente por Europa. En las más de 150 páginas de su ensayo no hay una sola mención a las riquísimas creaciones, pasadas y presentes -ni siquiera en las materias que le preocupan, las letras y las artes-, de la India, China, Japón, Mesoamérica, ni, por supuesto, los Andes. No existe ni la más remota alusión a que éstas pudieran haber influido de alguna manera en el desarrollo de la humanidad. A lo más, figura el mundo musulmán, como reflejo invertido de lo que es la cultura. Europa es la creadora de la “cultura de la libertad” y ésta es la única que merece llamarse “cultura”.
En segundo lugar, como ya se ha visto, la cultura para Vargas Llosa es un quehacer de pequeñas minorías, elites. No cabe siquiera la distinción entre “alta” y “baja” cultura, aunque sociólogos y antropólogos hayan sembrado la confusión sobre una materia tan clara. Los antropólogos “establecieron que cultura era … todo aquello que un pueblo dice, hace, teme o adora”, definición que, por supuesto, él rechaza: “una cosa es creer que todas las culturas merecen consideración ya que en todas hay aportes positivos a la civilización humana, y otra, muy distinta, creer que todas ellas, por el mero hecho de existir, se equivalen ... La corrección política ha terminado por convencernos de que es arrogante, dogmático, colonialista y hasta racista hablar de culturas superiores e inferiores” (46). Los sociólogos, por su parte, han ido más allá, “incorporando a la idea de cultura, como parte integral de ella, a la incultura, disfrazada con el nombre de cultura popular” (idem).
Hay, pues, bastante materia por discutir. Volveré sobre el tema.
II
En su libro La civilización del espectáculo (Alfaguara 2012) Mario Vargas Llosa rechaza que las culturas tengan igual valor. Para él, es un hecho establecido que hay culturas superiores e inferiores y sólo el miedo a la sanción social impide proclamar públicamente esta obvia verdad: “La corrección política ha terminado por convencernos de que es arrogante, dogmático, colonialista y hasta racista hablar de culturas superiores e inferiores” (46).
La distinción que él establece entre culturas vale también para adentro, para los componentes de una cultura nacional, porque las creaciones populares no merecen el nombre de cultura. Los sociólogos, sostiene, han enredado las cosas, “incorporando a la idea de cultura, como parte integral de ella, a la incultura, disfrazada con el nombre de cultura popular” (idem). Para él, tiene una gran culpa en esta desgraciada deriva el crítico literario ruso Mijail Bajtín: “Bajtín y sus seguidores … abolieron las fronteras entre cultura e incultura y dieron a lo inculto una dignidad relevante” (47). El resultado ha sido un discepoliano cambalache: “De este modo han ido desapareciendo de nuestro vocabulario, ahuyentados por el miedo a incurrir en la incorrección política, los límites que mantenían separadas a la cultura de la incultura, a los seres cultos de los incultos” (idem).
Comencemos por la desigualdad entre las culturas. Mario Vargas Llosa está absolutamente convencido de la superioridad intrínseca de la cultura europea: “la civilización”, el culmen del desarrollo cultural de la humanidad, “la cultura de la libertad”, que todos debieran tener la dicha de alcanzar. Dicho sea de paso, ese es el don que prometen los proyectos coloniales: “civilizar” a los nativos. Por supuesto, Vargas Llosa se refiere a la cultura europea nacida con la modernidad, pues hasta inicios del siglo XVI la Europa que salía del Medioevo se encontraba atrasada con relación a otras culturas, como la china, como lo ha mostrado, entre otros, el francés Olivier Dollfus.
¿Cómo explicar que unas culturas alcancen una difusión universal y otras terminen arrinconadas, o eventualmente desaparezcan? Para Mario Vargas Llosa esto es el resultado natural de la superioridad de unas y la inferioridad de otras: el castellano se impone y el quechua y el náhuatl declinan porque la cultura asociada a aquel es superior a las de éstos.
Pero, variando el ángulo de enfoque, resulta difícil creer que al iniciarse la expansión europea la cultura castellana fuera significativamente superior a la catalana, gallega, vasca o valenciana, para hablar de sus vecinas, o la provenzal, para ir más allá de los límites de España. Quienes conocen estas lenguas opinan que son tan buenas como el castellano. ¿Cómo explicar entonces que cinco siglos después sus vecinas sean apenas lenguas regionales de unos pocos millones de hablantes, mientras el castellano (español, para los españoles) sea la lengua hablada por 500 millones de seres humanos, la segunda más hablada del mundo (tras del chino mandarín) por el número de personas que la tienen como lengua materna, sea hablada en 75 países y sea el idioma oficial de 21? Esto no es el resultado de su intrínseca superioridad sino de que era la lengua hablada por la potencia colonial que impuso su hegemonía en el mundo durante tres siglos.
El poder económico colonial –y por supuesto el militar que le acompaña– permite imponer la lengua y la cultura de los conquistadores. Eso lo tenía muy claro Antonio de Nebrija, el autor de la Gramática de la Lengua Castellana, la primera gramática de una lengua popular del mundo, en una fecha tan temprana como 1492, cuando la dedicó al rey de España explicando que sería un instrumento fundamental para imponer la cultura del conquistador a los vencidos. El mismo razonamiento vale para el portugués, hablado hoy por más de 250 millones, y para el inglés, la lengua impuesta por Inglaterra y EEUU, las dos potencias hegemónicas durante los dos siglos siguientes, que hoy es hablado por mil millones.
No estamos pues ante “culturas ricas” y “culturas pobres” sino ante culturas asociadas a sociedades ricas (y poderosas) y culturas asociadas a sociedades pobres (y dominadas). La cultura, como todo quehacer humano, tiene una base material y en la relación entre ambas está la clave de su fortuna, o la falta de ella.
Continuará.
III
En La civilización del espectáculo (Alfaguara 2012) Mario Vargas Llosa afirma que existen culturas superiores e inferiores: de una parte la cultura europea y de la otra las de los demás continentes.
El objetivo último de la cultura es crear una trama de significaciones que dé sentido a lo que somos, nuestro lugar en el universo y nuestro quehacer humano. Sostengo que no hay culturas superiores e inferiores porque toda cultura que es capaz de cumplir tales funciones tiene la potencialidad intrínseca de crecer y desarrollarse ilimitadamente. Las barreras que suelen limitarlas no son culturales sino económicas, y son igualmente económicas las razones que convierten a unas en hegemónicas y a otras en subordinadas. No es la superioridad de las culturas castellana, portuguesa e inglesa la que les ha otorgado mayor influencia a nivel mundial sino ser el bagaje de potencias coloniales que dominaron buena parte del mundo, y pudieron imponer no sólo su dominio económico y político sino también sus culturas y lenguas.
No existen culturas superiores e inferiores sino culturas de sociedades ricas y culturas de sociedades pobres. Las culturas que se asientan en la pobreza se desarrollan pobremente, mientras que las culturas sostenidas por una base económica poderosa se desarrollan con gran poder. Removidas las barreras que limitan a las “culturas pobres” estas suelen recuperarse con bastante rapidez.
La asociación entre cultura y economía es decisiva. Grupos sociales de condición económica semejante muestran un nivel de desarrollo cultural similar, aun si pertenecen a distintas culturas. El castellano hablado por los campesinos de Cajabamba (tomo un ejemplo que me sugirió Alfredo Torero) es tan pobre como el quechua que hablan los campesinos de ciertas provincias de Andahuaylas: ambos tienen un léxico muy limitado; apenas algo así como unas 450 palabras. Esto no es resultado de su “inferioridad cultural” ni de la pobreza intrínseca de las lenguas que hablan sino de la pobreza de las experiencias a las que su marginalidad económica los confina. El quechua no necesitará crear un léxico para designar el mundo de la informática mientras éste sea ajeno a la experiencia de una fracción significativa de sus hablantes.
Toda cultura humana es capaz de asimilar los logros culturales de las otras y de poder nombrarlos en su propia lengua, y toda lengua, y toda cultura, pueden enriquecerse ilimitadamente con los logros de sus cultores y los aportes de los otros. Recientemente la Real Academia Española ha incorporado a su Diccionario los términos “tuitear” y “tuit”, castellanizando términos que aluden a la navegación en el Twitter para las cuales no existían palabras en el castellano. Cuando tuitear se vuelva un quehacer habitual para los quechuahablantes estos crearán las palabras adecuadas para expresarlo, o las adaptarán de otras lenguas.
La supuesta “superioridad” e “inferioridad” de las culturas es consecuencia de las diferencias sociales, y principalmente económicas, que separan a sus cultores. Si se compara, por ejemplo, las culturas indígenas y la cultura occidental en el Perú, esta última aparece como inmensamente superior a aquellas. Pero estamos comparando lo incomparable: por una parte culturas de grupos social y económicamente deprimidos, que sufren todos los tipos de marginación, excluidos de todos los circuitos de poder económico, político y simbólico, excluidos del sistema educativo, sin especialistas de la cultura rentados y cuyos cultores son productores materiales que se ganan la vida con sus manos (agricultores, artesanos, comerciantes, informales), que adicionalmente producen cultura. Culturas quebradas en su estructura interna por la represión colonial y que a pesar de eso sobreviven y crean. De la otra, una cultura oficial que cuenta con inmensos recursos: ministerios de educación y cultura, presupuestos de miles de millones, circuitos de universidades, colegios, escuelas, bibliotecas, laboratorios, museos, centenares de miles de especialistas de la cultura (los maestros) pagados por el Estado o por el sector privado, industrias culturales y editoriales, amplios circuitos de difusión nacional e internacional. Y lo más importante, intelectuales que, dentro de la división social del trabajo, se ganan la vida produciendo cultura. La diferencia está en la base económica.
Continuaré.
IV
En La civilización del espectáculo (Alfaguara 2012, Mario Vargas Llosa afirma que existen culturas superiores e inferiores y además que, al interior de un mismo grupo social –como una nación por ejemplo– solo merece el nombre de cultura la producción de una pequeña elite, quedando fuera el quehacer creativo del resto de la sociedad.
Vargas Llosa rechaza hasta la separación entre la “alta cultura”, “cultura culta” o “cultura de elite”, y la “baja cultura” o “cultura popular”. Para Vargas Llosa, los sociólogos empeñados en hacer crítica literaria han sembrado la confusión sobre este tema, “incorporando a la idea de cultura, como parte integral de ella, a la incultura, disfrazada con el nombre de cultura popular” (p. 46). La “incultura”, según el diccionario de la RAE, es la “falta de cultivo o de cultura”. El resultado, sigue MVLl, es un oceánico cambalache, que podría terminar en “un mundo sin valores estéticos” y hasta en extinción de la cultura misma: “De este modo han ido desapareciendo de nuestro vocabulario, ahuyentados por el miedo a incurrir en la incorrección política, los límites que mantenían separadas a la cultura de la incultura a los seres cultos de los incultos” (ídem). Detengámonos en las relaciones entre la “cultura de elite” y la “cultura popular”, la no-cultura, para Vargas Llosa.
Un momento decisivo en la historia de la humanidad fue aquel en que aparecieron los especialistas de la cultura; gente que dentro de la división social del trabajo tenía como función exclusiva el trabajo intelectual. Esto solo fue posible cuando la humanidad alcanzó un cierto grado de productividad. Mientras los humanos fueron solo recolectores, cazadores y pescadores todos los integrantes del horda tenían que trabajar manualmente para producir los medios de vida imprescindibles para su supervivencia; quien hubiera pretendido dedicarse solo a las labores del pensamiento hubiera muerto de inanición. Fue solo con el descubrimiento de la agricultura que los humanos empezaron a producir más de lo que consumían y con el tiempo se creó un excedente económico permanente y en continua expansión, que a un determinado nivel permitió la separación del trabajo manual y el trabajo intelectual. Ahora la sociedad podía mantener a una fracción social, los intelectuales, que podían desentenderse del trabajo manual porque la sociedad les aportaba los medios de vida necesarios para su supervivencia.
La distinción fundamental entre la “cultura de elite” y la “cultura popular” es que la primera es el resultado del trabajo de especialistas de la cultura que ejercen el trabajo intelectual como manera de ganarse la vida, mientras que la cultura popular es producida por trabajadores que producen manualmente (artesanos, obreros, campesinos, comerciantes) y adicionalmente producen cultura. Hay estrechas relaciones entre ambas; Antonio Gramsci sostenía que una cultura nacional vigorosa es aquella donde los especialistas de la cultura recogen lo mejor de la cultura popular (mitos, cosmovisiones, saberes empíricos, artesanías) y, premunidos de determinadas herramientas conceptuales, son capaces de convertirlo en saber especializado o “alta cultura”: literatura, filosofía, ciencia y tecnología, arte. A su vez, el saber de los especialistas, convertido en “buen sentido”, retornaba sobre saber popular, enriqueciéndolo. Una de las mayores limitaciones de nuestra cultura peruana es la dificultad de los especialistas de la cultura en buscar en nuestros riquísimas culturas populares los temas sobre los cuales producir un saber especializado original.
Los especialistas de la cultura o intelectuales no son tan libres como creen serlo. En la Antigüedad tenían que trabajar para monarcas (Platón, Aristóteles, Séneca), en la Edad Media para la Iglesia, durante el Renacimiento para las familias patricias que ejercían de mecenas y hoy para el mercado.
Ahí nace uno de los grandes problemas de Mario Vargas Llosa. Su cerrada defensa en la economía de mercado, como la única instancia que debe asignar el valor de las cosas, produce en el ámbito de la cultura resultados que él abomina. En la sociedad del espectáculo: “la distinción entre precio y valor se ha eclipsado y ambas cosas son ahora una sola, en la que el primero ha absorbido y anulado al segundo ... El único valor es el comercial ... El único valor existente es ahora el que fija el mercado” (p. 22).

V
La convicción de que a la Edad de Oro –nuestra era– inevitablemente debe sucederle el asalto de los bárbaros, que arrasarán con todo atisbo de humanidad, parece ser una constante enraizada en nuestra condición humana. Los ecos de esta visión apocalíptica son claramente perceptibles en La civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa (Alfaguara 2012). Confieso que cuando leía las páginas que dedica a condenar la corrupción de una juventud motivada únicamente por la búsqueda de la diversión y el placer no podía evitar reírme recordando a esos canallas entrañables que son Les Luthiers y a su rap “Los jóvenes de hoy en día” (http://bit.ly/O2G7iC). Parecidas cosas se decían de los jóvenes de los cincuentas, que bebían sin medida, fueron excomulgados por el arzobispo de Lima, Monseñor Guevara, por bailar el diabólico mambo y consumían cocaína, que era especialmente popular entre los periodistas, que la llamaban “pichicata”, como lo ha recordado el propio MVLl. Posiblemente dentro de 50 años los jóvenes de hoy en día, que para entonces recordaran estos días como una experiencia de vida, dirán lo mismo de sus degenerados descendientes.
Vargas Llosa reconoce que en las tareas creativas, “el capitalismo provoca una confusión total entre precio y valor en la que este último sale siempre perjudicado” (p. 125). Reconoce también que supeditar el valor de la cultura a la oferta y la demanda monetaria disminuye y arrincona a las obras que demandan una cierta formación intelectual y una sensibilidad educada, en beneficio de “escritores, pensadores y artistas mediocres o nulos, pero vistosos y pirotécnicos”. Pero rechaza la conclusión de Octavio Paz, de que el mercado es el gran responsable de la bancarrota de la cultura contemporánea. Para MVL este desastre no “está relacionado directamente con el mercado, más bien con el empeño de democratizar la cultura y ponerla al alcance de todo el mundo” (ídem).
Aunque no lo acepte, Vargas Llosa cosecha simplemente los frutos de su cerrada defensa del mercado como el mejor juez del valor de los productos culturales. En un interesantísimo debate en torno a la decisión de los gobiernos de Francia y España de proteger su cinematografía frente a la invasión de las películas norteamericanas, Vargas Llosa rechazó enérgicamente que el Estado pudiera asumir una política de protección de sus creadores como un “despotismo ilustrado versión siglo veintiuno”. Sostuvo que los productos culturales debían ser tratados como una mercancía más, que si en algo se diferenciaba de una gaseosa o una nevera era en su maravillosa capacidad de generar aún más demanda cultural: “Es verdad que los productos culturales son distintos a los otros. Pero lo son porque… en vez de desplazar en el mercado a sus competidores, les abren la puerta, los promueven” (“Razones contra la excepción cultural” El País, 25/7/2004, http://bit.ly/OnLiQ4). Entre esta entusiasta defensa del capitalismo como el gran promotor cultural, a su reconocimiento de hoy, de que el mercado promueve mejor a creadores “mediocres o nulos, pero vistosos y pirotécnicos” median 8 años y un desierto de desencanto.
En defensa de sus posiciones, Vargas Llosa sostuvo que quienes planteaban que los defensores de la “excepción cultural” promovían un inaceptable chovinismo. En una excelente respuesta el sociólogo francés Pierre Bourdieu le recordó que la libertad de los creadores se ganó siempre en duras luchas contra el poder constituido, y en esta época contra la tiranía del mercado, así como cuánto había hecho Francia por promover la cultura universal, más allá de las estrechas fronteras nacionales: “Joyce, Faulkner, Kafka, Beckett y Gombrowicz, productos puros de Irlanda, Estados Unidos, Checoslovaquia y Polonia fueron hechos en París, igual número de cineastas contemporáneos como Kaurismaki, Manuel de Oliveira, Satyajit Ray, Kieslowski, Woody Allen, Kiarostami y tantos otros” (“Más ganancias, menos cultura”, http://bit.ly/SeJtBE).
Vargas Llosa ha defendido dogmáticamente la libertad de mercado en todos los ámbitos, incluido el cultural, pero se resiste a aceptar los resultados que la aplicación de su dogma tiene para la cultura. La convicción de que el mercado no debe conocer limitaciones es la madre de la sociedad del espectáculo, de la cual, dicho sea de paso, él es un importantísimo personaje.
          
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EL PERU NO ES UNA MARCA (I y II)

por FRANCISCO DURAND (Vista en el diario LA REPUBLICA)
Resulta que ahora la identidad del país está siendo definida por vendedores.
De acuerdo con estos esfuerzos, promovidos por el Estado y el sector privado, los turistas, los inversionistas, incluso el pueblo, deben ver al Perú como un producto identificado con un logo, es decir, una marca. De un tiempo a esta parte, se esfuerzan por vender la "marca Perú".
Debemos estar desorientados nacionalmente como para aceptar este tipo de campañas publicitarias, suerte de patriotismo de mercado que es propio de la República Empresarial fundada en 1990. Ese año el ingeniero Fujimori y las fuerzas del Consenso de Washington impusieron una nueva política económica en un momento de necesidad y desde ese entonces la economía política vive de decretos inconsultos y tratados aprobados a media noche y ahora necesita de fantasías.
Pues bien, el país no es solo ni principalmente un mercado; es su gente, sus raíces, su cultura, algo que no se debe publicitar sino enseñar. La identidad nacional es un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos de publicistas y menos en un gobierno dizque nacionalista.

II
Numerosos comentarios al artículo anterior me obligan a una síntesis y una mejor reflexión. Hay quienes inocentemente creen que Marca Perú es sólo una forma de promocionar el país y el turismo y punto.
Hay otros que piensan que el concepto mismo es equivocado, coincidiendo con el autor que poner a un país como marca es erróneo. No faltan además quienes creen que promocionar una imagen del Perú con una sierra prístina e indígenas coloridos es una distorsión. Encubre cómo los tratan en realidad –perros del hortelano, ciudadanos de segunda categoría– y, añadiría yo, cómo se trata a la naturaleza, al punto que un solo proyecto eliminará cuatro lagunas para extraer metales o usarlas de basurero.
Finalmente, insisto en que Marca Perú es parte de una ideología libremercadista que difunde el Estado y los privados desde 1990. Se propala deliberadamente como discurso, libros, telenovelas y slogans que pone el énfasis en el "éxito" y en los "emprendedores".

lunes, 4 de junio de 2012

Declaración en apoyo a las comunidades de Cajamarca que defienden el agua y el medio ambiente

Declaración en apoyo a las comunidades de Cajamarca que defienden el agua y el medio ambiente
Los firmantes
, estudiantes, profesores y ciudadanos canadienses, en general y de origen latinoamericano, preocupados por las problemáticas ambientales y sus consecuencias políticas en el Perú y en América Latina, nos dirigimos a las comunidades de Cajamarca y a todos los ciudadanos peruanos en lucha por la defensa del agua en esa ciudad.
Desde la época colonial, la historia del Perú es sinónimo de minería. Sin embargo, a partir de la década de los 90, asistimos a una nueva fase del modelo del desarrollo extractivo primario-exportador en el Perú, impulsado por empresas mineras transnacionales. Como correlato, los conflictos socio-ambientales (contaminación del agua, violación de los derechos ambientales, persecución a militantes) no han cesado de incrementarse.

Tras la elección de Ollanta Humala, pensamos que prevalecería el derecho de las comunidades por sobre el derecho de las empresas mineras transnacionales. Tal como lo anuncio en su campaña electoral, el compromiso del gobierno era garantizar el “agua para los peruanos” y el desarrollo de actividades agrícolas y ganaderas. La aprobación del Estudio de Impacto Ambiental del Proyecto Conga por el gobierno, el cual pretende “mejorar” y “ampliar”, genera dudas y es ampliamente resistido por la población: desde su concepción, los reales impactos en los diversos ecosistemas, y en razón del accionar de la empresa minera Yanacocha-Newmont Mining Corporation durante casi dos décadas en la región. El gobierno de Humala, lejos de respetar su palabra electoral, profundizará el modelo de saqueo económico y de violación de derechos socio-ambientales en las comunidades, haciendo así caso omiso de los diversos pasivos que ha dejado esta industria en el Perú.

A pesar de un cambio de forma en el discurso del gobierno que se refleja en su supuesto compromiso con un desarrollo sostenible y con una minería responsable, este tipo de desarrollo y de explotación no son suficientes para remediar los impactos ecológicos del proyecto Conga. La posibilidad que cuatro lagunas desaparezcan y sean reemplazadas por reservorios no augura mejoras en la batalla contra el calentamiento global y la preservación del agua. No es ocioso señalar que dicho proyecto encierra la destrucción cierta de los diversos ecosistemas y sus respectivos microclimas. Estas son problemáticas que no se pueden eludir en el contexto mundial, ya que vivimos una crisis ecológica en donde la escasez del agua nos afecta cada vez más. Por ende, toda resistencia local en defensa del agua y del medio ambiente es de capital importancia para las poblaciones rurales o urbanas implicadas.

Por esas razones, el conflicto sobre el proyecto minero Conga nos preocupa. Porque contrariamente al sentido común y a la propaganda del Gobierno canadiense en cuanto a las buenas prácticas en lo que concierne la industria minera, la situación en el Perú no difiere mucho de lo que sucede en países desarrollados como el Canadá. Este país es descrito, en efecto, como un país líder en lo que se refiere a minería responsable y sustentable… No todo lo que brilla es oro. Según los investigadores William Sacher y Alberto Acosta, el saldo socio-ambiental de esa industria es efectivamente catastrófico. En Canadá, “existen alrededor de 10.000 minas abandonadas, heredadas de 150 años de laisser-faire en el ámbito minero. Estas minas representan una amenaza permanente de contaminación de las redes hidrográficas con metales pesados y por drenaje ácido de mina. […] Adicionalmente, las minas activas en Canadá producen más de 650 millones de toneladas anuales de desechos, es decir sesenta veces más que la basura recogida en todas las ciudades canadienses juntas.” Además, en Canadá, los beneficios económicos, en cuanto a empleos y aportes al PBI, han disminuido de 30% y de 37% respectivamente desde 1995.

Cabe igualmente mencionar que pueblos indígenas, sus culturas y sus modos de vida se ven afectados por las prácticas mineras. En un comunicado de prensa publicado el 28 de noviembre de este año, el consejo tradicional del pueblo Mohawk de Kahnawake presenta su oposición ante los proyectos mineros que se planifican en el norte de la provincia de Quebec. A pesar que estos proyectos incluyen un plan de desarrollo sostenible y utilizan energías limpias como la hidroelectricidad, la destrucción ambiental en esta zona causará el derretimiento de los glaciares del ártico, la erosión del suelo, la extinción de manera importante de la fauna, entre otros. Además, la comunidad Mohawk recalca que dichos proyectos causan prejuicio a la identidad de los pueblos nórdicos, obligándolos sistemáticamente a ser parte de instancias como el consejo de bandas, creados a través del la Ley de los Indios, impuesta por el gobierno federal canadiense. La oposición a la minería es compartida por los pueblos Innus y Cris de la costa norte de la provincia de Quebec, principalmente en la región de Pessamit, donde tratan de proteger uno de los ríos más importantes de esta región, La Romaine.

De igual manera, poblaciones rurales y urbanas donde se desarrollan dichos proyectos han visto conmocionados sus modos de vida. En varias regiones del mundo en que se llevan a cabo proyectos mineros canadienses, los derechos humanos como territoriales de las poblaciones que se oponen a las industrias extractivas han sido avasallados por estas empresas y por los gobiernos cómplices que promueven este tipo de desarrollo. Estos estragos producto de la gran minería tienen como denominador común la ausencia de diálogo y debate franco y sincero sobre las consecuencias y la pertinencia de la explotación de las industrias extractivas.

  En fin, como lo hemos demostrado, las consecuencias socio-ambientales de la explotación indiscriminada de las industrias extractivas son nefastas en el Norte como en el Sur. Por todas esas razones, y en un contexto de crisis ecológica y de crisis civilizacional, es imperativo salvaguardar el agua, los ecosistemas, y las poblaciones albergadas en su seno, para así contrarrestar las consecuencias de todos estos peligros que acechan la vida sobre la tierra.

Por ello, exigimos a las autoridades peruanas el cese inmediato del estado de emergencia que se aplica en la región desde el 5 de diciembre; respetar a las comunidades, creando un clima propicio y equitativo al diálogo sobre este proyecto en particular; la implementación inmediata del derecho de consulta tal como lo estipula el Convenio 169 de la OIT; además de crear un contexto justo de diálogo democrático sobre el futuro del Perú, es decir sobre las bases económicas y sociales sobre las cuales se quiere construir al país en democracia.

Montreal, 9 de diciembre 2012

Coalición Quebequense sobre los Impactos Socio Ambientales de las Transnacionales en América Latina [Coalition québécoise sur les impacts socio-environnementaux des transnationales en Amérique latine]
L’Entraide missionnaire
Alejandra Zaga Méndez, estudiante en agro-ecología
Ana Rita Portocarrero, sociología, Université du Québec à Montréal (UQÀM)
Ángel Zarate Mejía
César Cáceres Rojas, Artista Audio-Visual Action Créative
Daniel Schein, sociología, UQÀM
Eduardo Malpica Ramos, sociología, UQÀM
Gerardo Aiquel
Guillaume Hébert, Politólogo
José Antonio Giménez Micó, Associate Professor, Concordia University
Laura Handal Lopez, maestría en ciencias ambientales
Marcela Cossíos, Guionista
Marie-Josée Béliveau, geógrafa y antropóloga
Nicolas Kosoy, Ph.D. Economía ecológica.
Pavel Osores Tello, Médico, NeuroRx Research
Sergio Benavente